jueves, 20 de marzo de 2014

La matrix venezolana se resquebraja



Por @Joaquin_Pereira

Foto de @KodiakAguero

Si visitas Caracas por estos días pareciera que todo transcurre de acuerdo a la normalidad impuesta por el régimen chavista durante los pasados 15 años: el caos normal, el tráfico normal, la escasez de productos normal y la inseguridad normal.

Pero la percepción cambia si al llegar no te tragas la pastilla rojo rojita del gobierno que se ufana de haber ganado 18 elecciones fraudulentas y te tomas la pastilla azul de la resistencia que está harta de la corrupción y las humillaciones.

Los estudiantes lograron durante un mes de protestas intensas resquebrajar la matrix ideológica que fue establecida por el verbo iracundo de un líder negativo carismático como lo fue Chávez y que tercamente quieren prolongar sus herederos.

Si caminas por las calles del municipio Chacao, cerca de la emblemática Plaza Francia de Altamira, te puedes topar con un padre que  lleva a su hijo a comer una hamburguesa luego de buscarlo a su escuela, pero como optaste por la pastilla azul te sorprenderá observar decenas de militares en cada esquina.

Entonces  te preguntarás ¡qué locura es ésta! ¿Cómo la gente puede estar haciendo su vida cotidiana con un ejército de ocupación en sus calles, que más bien pareciera esperar el ataque de un feroz enemigo?

Poco a poco verás  las grietas del programa socialista y te toparás con monigotes ahorcados en los puentes, o dejados al abandono en las puertas del Metro o en las plazas. Verás pancartas que invocan el artículo 350 de la constitución que  le da legitimidad al derrocamiento de un gobierno que atente contra los derechos humanos. Verás por fin el grafiti de “Abajo la Dictadura”.

Entonces notarás que ese padre que llevaba a su hijo a comer hamburguesas camina más rápido de lo normal, que le aprieta la manita con más fuerza cuando pasa frente a la docena de militares de la esquina, y notarás que suda más de lo normal.

Si tomas un taxi para dar una vuelta lograrás percatarte de la presencia de un grupo de señoras que reza el rosario en la entrada de su urbanización mientras el viento se lleva las virutas de lo que fue una guarimba o barricada usada para protegerse de los colectivos armados que las aterrorizó, sobre todo en las noches.

Al escuchar la radio en el taxi escucharás una entrevista telefónica que le hacen a una venezolana en Madrid y que se ha dedicado a recabar medicamentos para enviarlos a su patria, que sufre de carestía aguda. 

Cambiarás de emisora y escucharás la conversación con dos jóvenes que por casualidad grabaron las escaramuzas que produjeron las primeras muertes luego de la marcha pacífica de los estudiantes el 12 de febrero y que ayudaron a demostrar que los asesinos estaban vinculados con funcionarios policiales del régimen.

Al ver por la ventana te sorprenderá el número de cruces que pasan delante de ti a gran velocidad y le pedirás al taxista que se detenga para verlas de cerca. Cada una tiene un nombre: Bassil, Juan, Roberto, José Ernesto, Génesis, Julio, Doris Elena, Elvis, Geraldine, Alejandro, Wilmer, Eduardo, Giovanni, Jimmy, Joan…

Una persona que corre se tropezará contigo. Te verás de repente en medio de una andanada de motos que avanzan como si estuvieran cazando un conejo blanco. La garganta comenzará a picarte y te costará respirar envuelta en una nube grisácea. Escucharás el zumbido de los perdigones rozándote el oído.    

Lograrás esconderte en un callejón y al mirar el suelo verás una pancarta rota que dice “No quiero vivir en otro país, quiero vivir en otra Venezuela”. Y entenderás. Por fin entenderás porque la matriz chavista está herida de muerte y sólo es cuestión de tiempo para que estalle en mil pedazos mostrando la realidad de un país destruido que espera renacer de las cenizas.





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